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Un informe pericial independiente asegura que el exvicepresidente del Gobierno pagó varios millones a Hacienda

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jueves, 29 de abril de 2021

Diplomacia de obras públicas

Rodrigo Rato 

30 de abril de 2021  


Las  obras públicas son teóricamente más populares en las dictaduras que en las democracias. No está claro porque, lo atestiguado es que tienen efectos directos sobre la productividad de una economía, siempre y cuando sean racionales. Los llamados «elefantes blancos», inversiones de prestigio pero poco útiles, acumulan deuda sin aumentar el crecimiento. El llamado Plan E en España en 2011 fue un ejemplo de libro. En todo caso estas son, o eran,  cuestiones de sociedades avanzadas donde hay muchas infraestructuras acumuladas. Los países emergentes y, todavía más, los pobres altamente endeudados son muy deficitarios en  elementos esenciales de capital público, como el acceso al agua  o modestas carreteras. La creación de Bancos de Desarrollo a partir de 1945, mundiales y regionales,  fue la respuesta  global solidaria para las nuevas relaciones internacionales. Ellos se convirtieron  en los principales actores en la inversión en infraestructuras y bienes públicos durante  decenios, en los países más débiles económicamente. Hasta que llegó China. Los países desarrollados se comprometieron en aportar el 0,7% de su renta nacional para ayuda al desarrollo, promesa incumplida con honorables excepciones nórdicas europeas. Desarrollo no supone ni mucho menos solo infraestructuras, educación y sanidad representadas lo alto de la lista.

Poco después de salir de la pobreza, en la parte final, del segundo decenio de este siglo, China lanzó su ambiciosa Nueva Ruta de la Seda (Bell-Road Iniciative), al mismo tiempo que constituyó su propio Banco de Desarrollo, llamado precisamente el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Supuestamente más sensible que los países desarrollados compartiendo dificultades de subdesarrollo, compite directamente con el Banco Mundial dirigido desde su creación por un norteamericano. Inversiones  y préstamos sin condiciones, pero hasta ahora sin donaciones, pronto se hizo con una presencia masiva en África, Sudamérica y Asia, acompañada de empresas chinas e incluso mano de obra. Hasta el griego Puerto de Pireo cayó en sus manos, coincidiendo con la quiebra financiera del país miembro del euro. Indudablemente préstamos e inversiones aumentan la influencia política. Aunque los primeros corren el riesgo de resultar impagados con los vaivenes de la economía mundial. En todo caso en 10 años China se ha convertido en un crucial inversor en desarrollo, asegurándose mercados y materias primas.

Su influencia es máxima en Myanmar, Camboya, Venezuela o Bolivia. Incluso Irán se ve atraída ante los embargos occidentales. No es fácil saber cuántos de estos préstamos han resultado fallidos, lo que complica la voluntad de los países occidentales en condonar los suyos, para evitar que sea China quien acabe cobrando. Lo que no cabe duda es que los Imperios son caros y que China quiere tener el suyo. Su ejemplo o su desafío se dejan sentir, desde luego en Asia donde Japón es ya el primer inversor regional en infraestructuras, pasando de ser un odiado expansionista durante la primera parte del siglo XX en la zona, al amable alternativa al nuevo expansionismo  chino del siglo XXI. La India en colaboración con la Unión Europea acaba de anunciar su propia iniciativa en esta dirección. Pero Occidente se mueve con torpor en esta nueva diplomacia, como se está apreciando en el tema de las vacunas Covid 19 para los países menos desarrollados, con China y hasta Rusia llevando la delantera. El riesgo de una explosión incontrolada de la Covid 19 en países en desarrollo, con poblaciones muy considerables, lo que podría alargar en el tiempo  los riesgos globales  de pandemia parece ser difícil de asumir  ahora por Occidente, lo que dice bastante de como están los liderazgos.

Ni la UE ni Estados Unidos pueden hoy igualar el poder de convocatoria entre los dirigentes africanos de Pekín y no solo por las amargas memorias coloniales, que también. Infraestructuras e incluso préstamos han agrandado la influencia de un país que hace poco más de 20 años no podía dar de comer a su población. Una innegable muestra de una asombrosa capacidad, que también se ve en otros ámbitos como la Inteligencia Artificial o las telecomunicaciones. No podemos quejarnos de que nos superen en nuestro propio juego de la competencia económica y tecnológica. Bien es cierto que este increíble ímpetu y capacidad van acompañados de injerencias territoriales en el Mar del Sur de China, que sufren todos sus vecinos, o en las represalias por criticar las violaciones domésticas de los derechos humanos y políticos. Pero sin duda muchos países ricos en materias primas y pobres en todo lo demás no se quejan de la ruptura del monopolio de Occidente en la ayuda al desarrollo. Tampoco se creen ya que China sea uno de los suyos. Pero por una vez tienen donde elegir. En este nuevo ciclo geopolítico  que está comenzando, con serios riesgos de crisis financiera en varios países económicamente débiles,  China tendrá que aprender que los acreedores no cobran siempre, otra verdad del capitalismo. Cuando llegue el tiempo de los impagos veremos  en  que lado de la mesa elige estar. ¿La veremos en el Club de París? No todo lo hecho por las potencias ex coloniales carece de sentido.


viernes, 23 de abril de 2021

Optimismo

Rodrigo Rato 

24 de abril de 2021  


La actual política mundial y también las nacionales buscan plantear horizontes positivos ante una realidad marcada por la Covid 19 que, tanto en términos humanos, sociales y económicos, no sólo ha afectado muy negativamente a los ciudadanos sino que también  deja un reguero de «reyes desnudos». Nada hay peor para un gobernante que transmitir impotencia. Bien es cierto que el «nadie puede hacer nada» resulta  ser una buena escusa, pero de corta duración. Cuando la idea «si tú no puedes que venga otro» se asienta, los dirigentes pierden su atractivo  casi de forma inmediata. Ante ello solo queda el optimismo, como vemos ahora en los gobiernos pero también en los mercados. Sentimiento que puede ser contagioso y hasta necesario a fin de no mirar atrás, sino creer en un futuro mejor e incluso hacerlo posible.

La campaña electoral autonómica de Madrid es un buen ejemplo. Frente a muchos de sus pares en otros gobiernos regionales, Isabel Ayuso hace tiempo que apostó por la iniciativa de la sociedad, tratando de combinar seguridad  sanitaria y actividad  económica de una manera mucho más decidida que otros gobernantes, aquí y en el resto de Europa. El fallo esplendoroso en la distribución de vacunas está impidiendo  a la población  española poder creer en la superación de la pandemia, al menos de momento. El gobierno autonómico de Madrid plantea vivir con ella de la mejor manera posible. Esta vez es la izquierda quien recurre a los mensajes de cautela ante los posibles riesgos, tratando de presentar una realidad sanitaria madrileña mucho más deteriorada que en otros lugares, un esfuerzo que aparece exagerado y que les  lleva a afirmar grandes inexactitudes.

El triunfo electoral del optimismo el 4 de mayo en Madrid sería una muy mala noticia para un Gobierno Nacional conocedor que las dificultades no se acabaran cuando todos  estemos vacunados. Las  heridas de enfermedad y muerte no se cerrarán con la superación de la actual tensión sanitaria. A lo que hay que añadir  una situación socioeconómica con altas tasas de paro y deuda pública. Encrucijada para la que no parece haber respuesta, a juzgar por la reiteración en presentar el mismo Plan de ayudas europeas una y otra vez, siempre con altos niveles de inconcreción. Así el Gobierno Español trata de infundir un optimismo basado en una promesa de abundancia de fondos europeos, mientras los sectores  económicos concretos ven asomar sus respectivos pies por debajo de la manta.

Ayuso por su parte practica dejar hacer, confiando en que cada cual se arregle sus problemas. Irremediablemente unos lo consiguen y otros no. Sánchez no deja hacer, realiza poco por su parte y promete una histórica pedrea de fondos europeos. Nada le puede venir peor que un gran éxito de Ayuso. Lo sabe y actúa en consecuencia,  aunque generando con sus constantes y desmesuradas críticas un cierto rechazo de los madrileños. «Es el optimismo, tonto», que diría Bill Clinton.


Este no es una situación específica española. En Italia han traído al genio benéfico de Mario Draghi para poder confiar en el futuro. Joe Biden riega su economía con dólares para un futuro mejor inmediato. Hasta Boris Jonshon quiere demostrar en la rapidez  relativa de la vacunación las ventajas del Brexit. Se siente que todos los gobernantes reconocen que sus electorados están hartos. Tanto Emmanuel Macron como la Unión Cristiano Democrática alemana no encuentran el camino. Problema distinto, pero no totalmente, en los regímenes totalitarios, donde no hay libertad pero si opinión pública.

Los mercados también buscan ser optimistas y muchos lo consiguen, basados en el activismo público fiscal y monetario. La cobertura de los Bancos Centrales promete liquidez hasta que no haya duda sobre la recuperación, en las economías desarrolladas. En las otras, un ojo está puesto en un valor del dólar que permita atraer inversión hacia sus  monedas. Aquí la laxitud prometida por la Reserva Federal es una bendición para gobernantes e inversores por doquier. China sin embargo ya está subiendo tipos, lo que enseña que toda expansión tiene su fin. Tanto ellos como Estados Unidos necesitan el mercado del otro para superar definitivamente el aciago 2020, lo que podría abonar una cierta distensión geopolítica. Buenas noticias para el eterno tercero en discordia, la Unión Europea. Permitámonos ser optimistas por un tiempo, aunque solo sea para recuperar el animo pero sabiendo que mucho ha cambiado y que la digestión será larga.

jueves, 15 de abril de 2021

La vuelta de los impuestos

Rodrigo Rato 

16 de abril de 2021 


El norteamericano Benjamin Franklin ya nos dijo «que en la vida hay dos cosas seguras, la muerte y los impuestos». George Harrison escribió y canto «Taxman» en 1966, cuando todo era subir los impuestos, en la fase final de la política económica que comenzó en 1945 con el Estado como protagonista de un mundo endeudado y arrasado por la II Guerra Mundial. En 1979 llegaron Margareth Thatcher y Ronald Reagan. «El Estado es el problema», «hay que dejar a la bestia sin alimento» y otros eslóganes que fueron extendiéndose hasta Tony Blair con el Nuevo Laborismo y Bill Clinton con la Tercera Vía. Privatizaciones, desregulaciones y globalización eran las reglas nucleares de las políticas económicas hasta en la China comunista, nunca mejor dicho. El mayor éxito del capitalismo se ha producido en un país comunista.

2021 nos trae el gran cambio desde Estados Unidos. Subir los impuestos. Antes los gastos y las deudas se han disparado allí y en todos sitios. Una cosa lleva inexorablemente a la otra. El dominio de la austeridad impidió el crecimiento de las deudas en la crisis del 2008, a costa de bajo crecimiento y el aumento de las desigualdades. Pero hace más de 10 años que el Estado empezó a intervenir de forma masiva en los mercados, comprando deuda y activos financieros. Un reparto de riqueza cada vez más concentrado en los partícipes en los mercados de capitales.

EE.UU. ha inaugurado un activismo fiscal desconocido en tiempos de paz. Primero con Donald Trump bajando los impuestos, después aumentando el gasto para compensar los efectos económicos de la Covid. Pocas alternativas le quedaban a su sucesor que seguir repartiendo dinero público, incluso muy por encima del daño económico producido por la pandemia. ¡Quien pudiera! pensaran muchos. Inevitablemente los impuestos han pasado al centro de la política económica. Las cuestiones es saber elegir cuáles y cuando. No es tan fácil.

Contrario a lo que sostiene nuestra Agencia Tributaria, la recaudación no depende principalmente de los tipos impositivos ni de la persecución tributaria. De poco sirve subir los impuestos en una economía en caída. Biden lo sabe bien y ha elegido a las grandes empresas globales norteamericanas con ingresos en todo el mundo para sus incrementos impositivos. Ellas han sido las mayores beneficiarias hasta ahora de la competencia entre Estados por ofrecer bajos tipos en el Impuesto de Sociedades. Las protagonistas de la digitalización y el teletrabajo son en gran parte norteamericanas. Así, nada será mejor que un tipo mínimo para las empresas norteamericanas, desde el punto de vista del Estado norteamericano. Los europeos no podrán negarse, llevan años pidiéndolo. Los ingresos gigantescos se producen en las tecnológicas, principalmente norteamericanas o chinas. Serán pues estos Estados los grandes beneficiarios de un pacto en la OCDE sobre impuestos empresariales.

La Administración Norteamericana sabe bien que el mercado doméstico no es donde está el tesoro. Pero no todos los países están en sus circunstancias. Bien es cierto que los consumidores europeos compran muchos productos de las tecnológicas. Esa será la prioridad europea, la llamada “ tasa Google” aprobada pero no aplicada por varios países europeos, temerosos ante las posibles represalias comerciales. Donde la Unión Europea lleva la delantera es con respecto a la imposición medioambiental. Una futura tasa al carbón ya ha llevado a la Administración Biden a oponerse a los planes europeos de aplicarla. “Sería la última solución” ha afirmado John Kerry , encargado por Biden de la política frente al cambio climático. Todo apunta a una importante negociación sobre impuestos empresariales y medioambientales entre los socios atlánticos. Aunque otros actores, sobre todo asiáticos, tienen sus bazas. La globalización ya no es anglosajona, europea y blanca.

La necesidad de reducir el peso de las deudas con los respectivos PIBs exige crecer, aumentado los potenciales de cada economía. Subir los impuestos a los ciudadanos y las empresas domésticas para pagar las deudas de la COVID puede ser contradictorio con la necesaria expansión. Esta contradicción lleva ya a buscar nuevas áreas para recaudar. La mayor parte de ellas globales, ligadas a la tecnología y a la energía. La agenda está servida.

jueves, 8 de abril de 2021

Recuperación sin dinero

Rodrigo Rato 

9 de abril de 2021


Los datos recientemente conocidos del nivel de déficit público español en 2020 alcanzan el 10% de nuestra renta nacional, siendo coincidentes con las cifras conocidas del aumento de deuda pública en el mismo año. En términos históricos ambos se sitúan en récords en época de paz, lo que también le sucede a otros muchos países desarrollados. La esperanza era que 2020 fuera un año único, marcado por la pandemia, pero todo apunta al que al menos en la Unión Europea las cosas seguirán igual hasta mediados de este año, con repetidos cierres y confinamientos en muchos países europeos, incluyendo la mayoría de las Comunidades Autónomas españolas, con la excepción de Madrid. La Ministra de Hacienda resaltaba que esta cifra de déficit público era

menor que la inicialmente prevista, debido a un mejor comportamiento de los ingresos tributarios, al parecer ligado al hecho que los ingresos salariales a través de los llamados Ertes han permitido sostener la recaudación. Estos días conocíamos las previsiones para 2021 de la Agencia tributaría con un aumento del 5% en la recaudación del Impuesto sobre la Renta, que se contrapone con la caída experimentada por el conjunto de los salarios y el aumento del desempleo. Habrá que esperar a las cifras reales, que serán conocidas en el año 2022.


La pregunta clave es ¿cuál será el nivel de crecimiento económico español una vez recuperada la normalidad? Una parte de la apuesta gubernamental está ligada a los prometidos fondos europeos, detenidos de momento por la intervención del Tribunal Constitucional Alemán, en lo que debería solo ser un retraso. Una vez más es necesario reiterar lo imprescindible que supone acompañar a este máximo de 140.000 M €, durante al menos 3 años, con inversión nacional. Esta tendrá que ser en su mayor parte privada, doméstica o extranjera. Hasta ahora, en 2019 antes de la pandemia, ambas sumaron 8.500 M €, una cifra récord pero escasa, representando sensiblemente menos del 10% del PIB. Además una parte relevante de la extranjera se refería a compra de empresas, no a nuevas inversiones. Tampoco debemos olvidar que esta tradicional división entre inversores va perdiendo su sentido en una economía con total libertad movimientos de capitales, como la española, que además es un país euro, la segunda moneda mundial, lo que permite a los españoles actuar en los mercados mundiales con total transparencia y facilidad.


La siguiente pregunta clave debería ser como hacer a nuestra economía más atractiva a la inversión. A su favor tiene nuestra pertenencia al primer bloque económico del mundo, la Unión Europea, donde somos 27 países, y al euro, 19 países. Socios pero competidores para atraer la confianza de los inversores. Poco se puede insistir en la urgente necesidad de crear un mercado de capitales integrado.


Industrias donde España es destacada a nivel mundial como el turismo o los componentes de automóviles atraen inversión. El reciente compromiso de Renault sobre su futura presencia en España indican que sabemos y podemos atraer inversión internacional en sectores altamente avanzados pero también sindicalizados. El turismo por su parte es un viejo conocido con el que nos ha ido muy bien, España es líder mundial lo que no nos sucede en otras áreas. Por desgracia este es uno de los sectores más castigados por la Covid con una caída del 80% de la entrada de turistas, lo que inevitablemente está produciendo una descapitalización. Aquí las nuevas normas regulatorias internacionales han endurecido las condiciones para los préstamos bancarios, a fin de evitar riesgos de rescates públicos a los bancos, lo que abre dos caminos para la recapitalización del sector turístico español: ayudas públicas o capital privado. Las primeras dependerán de la Unión Europea en su vuelta a las normas de control presupuestario, las segundas del atractivo de beneficios en comparación con otros destinos. Parecería lógico que un sector que representa la mayor industria nacional, con fuerte creación de empleo y muy repartido geográficamente atrajese la máxima atención política. Sorprendentemente no es así, incluso se oyen voces oficiales que plantean la hora de su substitución como no por nuevas actividades ligadas al cambio climático. Un exponente máximo del debate irreal con la utilización de eslóganes de moda, para encubrir el vacío


La realidad es que si España no puede atraer capital privado para actividades que se han demostrado rentables durante décadas, sin duda con las transformaciones tecnológicas necesarias, nuestro potencial de crecimiento no recuperara los niveles de 2019 en varios años, lo que es equivalente a los de empleo y prosperidad. No hay precedente en el mundo de economías que dejen de ser atractivas en sus actividades principales para pasar a serlo de inmediato en otras nuevas y hasta ahora inexistentes. La excelente noticia de la confianza de la multinacional francesa Renault ofrece un ejemplo español a seguir, en relaciones laborales, tecnología, regulaciones de todo tipo y del funcionamiento administrativo. ¿Por qué el debate político ignora la urgencia de la situación presente? Lo que no puede estar muy lejos de la fragmentación creciente del voto. Una búsqueda incesante por parte de los votantes de planteamientos acordes con lo que perciben.

«A las cosas!!», pedía Ortega hace casi 100 años. No puede ser más actual. Será en las cosas donde los inversores fijaran su atención para devolvernos la prosperidad perdida, Sin ellos hemos entrado en un deslizamiento hacia atrás.