viernes, 21 de septiembre de 2018

Reparto de puestos europeos

Rodrigo Rato
21 de septiembre de 2018

El verano que está a punto de acabar ha tenido su ración de noticias con transcendencia internacional: desde Turquía y Argentina, Venezuela, las dos Coreas, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y bastante más: Pero con sorpresa también hemos sabido que Alemania no aspiraba a presidir el Banco Central Europeo (BCE), la institución con más poder real de toda la Unión Europea (UE).

La actuación del BCE en la resolución de las dos crisis del euro (2010 y 2012) es reconocida como crucial y acertada por todos, con la sonora excepción del Bundesbank alemán. De cara al futuro, las crisis no han desaparecido, como el actual presidente del BCE lleva días recordándonos, para insistir en que la zona euro necesita que el ahorro fluya libremente y en tener un fondo fiscal para crisis. Ambas medidas son anatema para el Bundesbank. La aparente renuncia de Alemania a que su actual presidente, Jens Weidman, se postule para la presidencia del BCE es pues una buena noticia. La influencia alemana en el diseño inicial de las funciones del BCE, estabilidad con reducción de precios exclusivamente, le costó al euro su segunda recesión cuando en 2011 subieron los tipos de interés por miedo a la inflación, como hicieron en 2008 semanas antes de la caída de Lehman Brothers.

Alemania parece en cambio aspirar a la presidencia de la Comisión Europea en la figura de Manfred Weber (presidente del Grupo Popular del Parlamento Europeo), pese a llevar años tratando de reducir su papel en favor del de los Estados. Un tema que tampoco es menor. En esa presidencia, Alemania tendrá que definir su posición sobre el diseño futuro de la UE después de Donald Trump y el Brexit, junto al manejo de los enfrentamientos políticos con los Estados miembros del Este, la inmigración, las relaciones con Rusia pero también con EE UU, por solo mencionar algunos desafíos.
Alemania, después de configurar su Gobierno salido de las elecciones de septiembre de 2017, se suponía que iba a unirse a Francia en propiciar un impulso al proyecto europeo.

Pero no parece que el “caldo” doméstico esté para bromas europeístas, ni en materias relacionadas con el euro ni en cuestiones políticas. El nuevo Gobierno alemán se niega a aumentar su gasto militar, pese a los compromisos asumidos con la OTAN, ni su inversión doméstica pese a tener un superávit de ahorro del 8% del PIB, ignorando las críticas de la propia Comisión o del Fondo Monetario Internacional.

Una cosa es aspirar a la presidir la Comisión Europea y otra conseguirlo. Alemania seguramente contará con el respaldo del Partido Popular Europeo (PPE), hasta ahora el mayoritario del Parlamento. El PPE se ha venido repartiendo el poder con el Partido Socialista Europeo hasta las elecciones de 2014. Pero en los comicios europeos de 2019 no solo el proyecto que representa Emmanuel Macron sino la derecha nacionalista tienen la intención, y también las posibilidades, de romper el bipartidismo, con los Verdes y Liberales por su parte avanzando posiciones. Es muy probable que el fraccionamiento que estamos viendo en muchos países europeos se manifieste también en el futuro Parlamento Europeo y por lo tanto en la eleccion de la Comisión. ¿Qué tiene Alemania que ofrecer para ser primus inter pares? Históricamente, su ambición nacional coincidía con la integración europea, pero las crisis de 2010 y 2012 han hecho a muchos dudar de que sea así. Por primera vez la UE y la zona euro se dividieron entre prestamistas y prestatarios, quizás inevitablemente dada la naturaleza financiera de la propia situación. Pero la imposición de las recetas alemanas de austeridad y recortes en momentos de extrema debilidad del crecimiento, solo fueron sostenibles con la llegada de Mario Draghi a la institución monetaria.

Alemania es un país con exceso de ahorro, debilidad inversora pública y privada y relativa rigidez en sus mercados domésticos, incluido el financiero. A ellos les va bien, con baja inflación, deuda y desempleo, pero su modelo no es extensible a países con altos niveles de endeudamiento, pero con los que comparte una moneda común que le proporciona a Alemania un mercado doméstico de 400 millones de consumidores, aunque con una moneda relativamente débil. Además de otorgarle al bono alemán el rango de único activo sin riesgo de toda la zona euro.

Hay otras ambiciones en juego, desde luego. Los países del Este proponen un candidato socialista para la presidencia de la Comisión, Markus Sefconic, mientras los franceses juegan una vez más a hacer inevitable la presidencia de un francés –quizás francesa– del BCE, lo que daría a dos países grandes (España y Francia) la presidencia y la vicepresidencia de la institución euro, con un irlandés como principal candidato a ser economista jefe. Todos ellos tendrán que pilotar la desaparición de la compra de deuda el próximo diciembre, junto con el tema de los actuales intereses negativos. Temas muy sensibles para países que tienen niveles de endeudamiento mucho más altos que Alemania, y creciendo.

Desaparecida en la crisis, la UE en la que todos ganaban será cada vez más difícil avanzar en cesiones de soberanía, sin las cuales cuestiones como la inmigración o la existencia de un mercado financiero del euro no pueden abordarse. Y aquí volvemos a Alemania sin cuyo impulso no habrá viento en las velas. “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio”.

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